Durante meses, los pasillos del Hospital San Gabriel se llenaron de rumores imposibles de ignorar. Las enfermeras que cuidaban a un mismo paciente en coma comenzaron a anunciar, una tras otra, que estaban embarazadas. Al principio, todos pensaron que era una coincidencia… hasta que el jefe del área de neurología decidió colocar una cámara oculta en la habitación. Lo que vio después lo llevó directo a la policía.
Una coincidencia… hasta que dejó de serlo
El doctor Ernesto Carvajal había visto cosas difíciles en su carrera, pero nada como eso. La primera enfermera que atendía al paciente Andrés Vega anunció su embarazo y nadie le dio importancia.
Pero cuando la segunda —y luego una tercera— dieron la misma noticia, todas habiendo trabajado de noche en la misma habitación, la 407, la inquietud se apoderó del hospital.
Andrés llevaba más de tres años en coma, tras un accidente en un incendio. Era un bombero joven, fuerte, de apenas 29 años, admirado por todos. Su caso se había convertido en una tristeza silenciosa: los familiares ya casi no lo visitaban, pero los médicos seguían cuidándolo con respeto.
Hasta que comenzaron los rumores.
El patrón
Todas las enfermeras embarazadas habían sido asignadas a él durante semanas.
Todas aseguraban lo mismo: no había una explicación posible. Algunas estaban casadas, otras solteras, pero todas coincidían en que no habían tenido contacto íntimo con nadie.
Los directivos pensaron en causas absurdas: una reacción hormonal, contaminación de laboratorio, algún tipo de error médico. Pero las pruebas del paciente eran normales: sin actividad física ni cerebral significativa.
Hasta que la quinta enfermera, María Torres, apareció en el despacho del doctor con lágrimas en los ojos, sosteniendo una prueba positiva de embarazo y jurando que llevaba meses sin contacto con nadie. Fue entonces cuando el doctor decidió actuar por su cuenta.
La cámara oculta
Una noche de viernes, cuando el hospital se vaciaba, el doctor Carvajal entró a la habitación 407. El aire olía a desinfectante y a flores marchitas. Andrés permanecía inmóvil, conectado a las máquinas que sostenían su cuerpo.
El médico instaló una pequeña cámara en una rejilla de ventilación y activó la grabación.
Esa madrugada, mientras el reloj marcaba las 2:00 a. m., la cámara captó algo inesperado.
La enfermera María entró con su uniforme blanco, revisó las sondas y los monitores, pero luego se quedó quieta. Se sentó junto a la cama, tomó la mano del paciente y comenzó a hablarle. Su voz temblaba. Le acarició la frente y, entre lágrimas, apoyó su cabeza sobre su pecho.
El doctor, al revisar las grabaciones al día siguiente, no encontró nada inapropiado. Solo soledad, cariño y compasión. Pero algo dentro de él le decía que no todo estaba a la vista.
El movimiento
Pasaron varias noches. La cámara captó lo mismo con diferentes enfermeras: conversaciones, cantos suaves, oraciones, confesiones.
Pero en la sexta noche ocurrió lo imposible.
A las 2:43 a. m., el monitor cardíaco se alteró. La frecuencia del corazón de Andrés aumentó, y uno de sus dedos se movió apenas. La enfermera que estaba de turno se sobresaltó, pensó que era un fallo técnico, pero el médico, al revisar las imágenes, supo que no era una ilusión.
Mandó hacer nuevos estudios y el resultado fue impactante: había signos leves de actividad cerebral.
¿Estaba despertando?
La verdad detrás del misterio
Las pruebas siguieron acumulándose, pero ninguna explicación médica podía justificar los embarazos.
El doctor Carvajal, desconfiado, pidió de manera confidencial pruebas genéticas de los fetos en desarrollo. Cuando llegaron los resultados, sintió un vacío en el estómago: los cinco embarazos compartían el mismo padre biológico.
Y ese padre era Andrés Vega, el paciente en coma.
El doctor no lo podía creer. Envió las muestras a otros dos laboratorios. Los resultados se repitieron con precisión milimétrica.
¿Cómo podía un hombre en coma haber dejado embarazadas a cinco mujeres?
La investigación
La noticia se filtró a la prensa. Los titulares hablaban de “el milagro del hospital San Gabriel” y “el hombre que engendró vida dormido”. Pero el doctor sabía que aquello no tenía nada de divino.
Una auditoría interna revisó los accesos al laboratorio. Allí apareció el nombre de Tomás Álvarez, un antiguo enfermero de investigación que había trabajado en el hospital un año antes. En su registro se hallaron muestras genéticas del paciente Vega.
Tomás había formado parte de un proyecto experimental de fertilidad y regeneración celular, cancelado años atrás. Pero él había seguido trabajando en secreto, usando material biológico sin autorización.
Cuando fue interrogado, se derrumbó:
—Solo quería demostrar que todavía había vida en él… —balbuceó—. Que no estaba del todo muerto…
Consecuencias
El hospital quedó en crisis. Tomás fue arrestado por manipulación biológica y agresión médica. Las enfermeras recibieron apoyo psicológico y compensaciones.
El doctor Carvajal renunció meses después, incapaz de superar lo ocurrido bajo su responsabilidad.
Andrés, el paciente, comenzó a mostrar señales de conciencia, pequeños movimientos, respuestas mínimas a estímulos. Pero nadie volvió a entrar en esa habitación como antes.
El cuarto 407 fue cerrado permanentemente, sellado con una placa que decía:
“La ciencia sin ética es solo otra forma de oscuridad.”