Lucas Herrera, estudiante de último año en la Universidad Central de Boston, pedaleaba con todas sus fuerzas entre el tráfico del centro de la ciudad. Aquel no era un día cualquiera. Estaba a minutos de presentar el examen final que definiría su graduación. El sonido de los autos, el zumbido de la ciudad y unas nubes grises que anunciaban lluvia aumentaban su presión. Quince minutos. Nada más.
La elección de una fracción de segundo
Mientras avanzaba a toda velocidad por una avenida, algo llamó su atención. Un hombre con traje gris oscuro yacía desplomado junto a una parada de autobús, el rostro pegado a la acera, respiración irregular. Los peatones pasaban rápido, apenas echando una mirada antes de seguir con sus vidas.
Lucas frenó. Solo un segundo de duda. Su examen. Su título. Su futuro. Todo en juego.
Sin embargo, no pudo seguir adelante.
Soltó la bicicleta y corrió hacia el desconocido. El hombre estaba pálido y no respondía. Lucas le tomó el pulso, llamó al 911 y comenzó a aplicar los primeros auxilios que recordaba de un curso obligatorio de seguridad. Segundos que parecieron eternos pasaron mientras insistía.
Entonces, los párpados del hombre se movieron. El color volvió poco a poco a su rostro.
El costo de hacer lo correcto
Cuando la ambulancia llegó, a Lucas le temblaban las manos. No solo por la adrenalina. Sabía lo que esto significaba. Miró la hora en su celular:
Ya era tarde. La puerta del aula estaría cerrada. Los exámenes recogidos. Su futuro académico vencido por un acto de bondad.
Mientras lo subían a la camilla, el hombre abrió los ojos y le apretó la mano con fuerza.
—Gracias… Me mantuviste aquí. No lo olvidaré.
Lucas sonrió apenas. La gratitud ajena no aliviaba del todo el golpe que estaba procesando.
La noche que se estiró demasiado
Regresó a su apartamento bajo una llovizna suave, en silencio. Sus amigos intentaron hablarle, animarlo, pero él solo pensaba en todo lo que tal vez había perdido. Se quedó despierto hasta tarde, tratando de imaginar un futuro que de repente parecía incierto.
Unos días después, encontró en su buzón un sobre dirigido a él.
Una carta inesperada
El sello no le sonaba. Decía:
Varela & Asociados Holdings.
Lucas frunció el ceño. No conocía esa empresa. Abrió la carta:
Estimado Lucas Herrera:
Soy Rodrigo Varela, la persona a la que ayudaste.
El equipo médico me comentó que, sin tu rápida intervención, mi recuperación habría sido mucho más complicada.Perdiste tu examen por ayudarme, y eso no deja de dar vueltas en mi cabeza.
Hablé con tu universidad. Han aceptado programar un examen de recuperación especial la próxima semana.
También me gustaría agradecerte en persona. Si estás de acuerdo, enviaré un automóvil a recogerte el lunes por la mañana.
Atentamente,
Rodrigo Varela
Lucas leyó y releyó cada línea. Una puerta que creía cerrada se volvía a abrir.
Una oportunidad que se expande
El lunes, un sedán negro llegó a su edificio. Lucas fue conducido a una torre de cristal en el corazón de Manhattan. En el vestíbulo estaba Rodrigo Varela, ya recuperado, esperando con una sonrisa sincera.
—Me cuidaste cuando podías haber seguido tu camino. No quiero quedarme solo en un “gracias”, Lucas —le dijo mientras estrechaban manos.
Después de conversar sobre sus estudios, sus metas y su historia familiar, Varela le hizo una propuesta directa:
—Nuestra empresa elige a un becario especial cada año. Si apruebas el examen de recuperación, ese puesto será tuyo. Estoy seguro de que alguien como tú llegará lejos.
Lucas sintió que el mundo se ensanchaba nuevamente.
El examen, esta vez con un propósito diferente
Una semana más tarde, entró al aula sin miedo ni dudas. No como alguien derrotado, sino como un joven a quien le habían devuelto el mañana. Respondió cada pregunta con firmeza.
Aprobó con holgura.
De un acto de humanidad a un futuro brillante
Meses después, Lucas ingresó a Varela & Asociados como becario honorario. Tres años más tarde, aquel estudiante que casi pierde la graduación se había convertido en uno de los profesionales jóvenes más prometedores de la firma.
Cuando le preguntaban cómo cambió todo de forma tan repentina, él siempre respondía lo mismo:
“Ese día entendí que una vida vale más que cualquier examen”.
Y recordaba las palabras que Rodrigo Varela le dijo la primera vez que se encontraron:
“No perdiste tu futuro.
Simplemente lo encontraste antes de tiempo”.